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Habitar el viento: avistamiento de aves en el norponiente de Ciudad Juárez

Solo si tu vida

es algo no sabido,

el canto del misosazai.

Santôka

(trad. Vicente Haya)

Largas tardes de verano, de cuarentena, las calles vacías y un azul limpio en el cielo: el paisaje de varias semanas, que luego fueron meses con otras estaciones y otros colores. Tardes así, desde la azotea de la casa, con la cruz blanca del Monte Cristo Rey de la Sierra Muleros y las Montañas Franklin en el horizonte, permitieron que los detalles en el panorama se hicieran más notorios y relevantes. En este escenario, la presencia de las aves comenzó a ser evidente, moviéndose con la libertad de siempre por el aire.

En un risueño librito sin pretensiones literarias ni científicas, La sabiduría de los pájaros, se abordan el instinto y algunos hábitos curiosos de estos animales; pero en sus breves capítulos nos encontramos sin querer con nuestro propio comportamiento, limitaciones y fantasías. Un recordatorio de la levedad con la que se expresa en ellos la vida. De las ideas que esboza el libro, el autor se pregunta, sin angustia, sobre la voluntad humana de darle un nombre y una clasificación a todo, marcando diferencias y distancias. Por respeto a las distintas formas de vida y para compartir con otras personas el mundo, yo respondería desde este sector del norponiente de Ciudad Juárez.

Entre cerros

El contacto más cercano inicia con los gorriones (comunes), esas avecitas que visitan el patio de toda casa y molestan a más de uno con sus trinos cada mañana, aunque quizá por esto mismo pudieran pasar desapercibidos. El primer reto consiste en distinguir macho de hembra… Son una especie agresiva con las aves endémicas y llegaron a América liberados en New York por algunos nostálgicos de los cielos europeos a finales del siglo XIX, junto con otras especies, influyendo notablemente en los cambios de la distribución de aves por la geografía de Norteamérica.

Con el crepúsculo, cruzaban el cielo las palomas y el movimiento terminaba a la par de la luz. Así, a secas, las palomas. Porque antes de notar las diferencias de algunos miembros de la familia son todas sencillamente palomas. El entorno se enriquece cuando en los postes de teléfono, los cables tirantes y los árboles encontramos el tornasol de la paloma doméstica, o el medio collar negro de la paloma turca, o el color en las plumas en las alas distintivas de la tórtola aliblanca, o el plumaje que semeja escamas en la tortolita cola larga, o las motas negras asomando en las plumas de las alas de la huilota. Aunque de estas dos últimas es su arrullo tristísimo el que completa el ambiente, como en mañanas solitarias y de un sol que apenas sale y no calienta.

Como si fuera un álbum, las estampitas de las aves anteriores fueron las más sencillas de encontrar; desde una casa entre los cerros del norponiente, aún no hacía falta salir para observar algunas más. Hasta las habitaciones suelen bajar los ecos de los llamados metálicos de la ratona de las rocas, difícil de ubicar a la distancia por su pequeño tamaño y sus repentinos movimientos, que le merecen otro de sus nombres: saltapared de roca. Adecuar la vista para encontrar aves en su hábitat requiere práctica: conocer sus hábitos, movimientos y lugares preferidos. El llamado de la ratona fue por un tiempo una incógnita. Por fortuna, tecnología, guías y bases de datos complementan la observación. No se aventura más allá de los patios traseros de las últimas casas del barrio, mantiene una distancia más que prudente con humanos y es más bien solitaria, puede verse en la punta de los riscos su figura a contraluz, con algún insecto en su largo pico ligeramente curvado hacia abajo.

Ratona o saltapared de rocas Autor: Héctor González

Otra ave que anunció su presencia a través de sonidos fue el carpintero mexicano, aunque este fue más fácil de localizar gracias a las características plumas rojas de la cabeza del macho. No es un ave cantora, sin embargo, el seco repiqueteo contra la corteza de los árboles lo delata, golpeando a lo largo de las ramas principales y el tronco, al igual que un risueño chisporroteo empleado como llamada. Desafortunadamente, verlo a domicilio resulta más bien una excepción, ya que en el suelo rocoso de este punto no encuentra muchos de sus árboles favoritos.

Carpintero mexicano hembra Autor: Héctor González

De carácter más doméstico, un alegre vecino, que puede reconocerse por su melodioso canto, es el pinzón mexicano. Puede oírse una larga canción de cortejo entre los árboles como anuncio de la primavera, aunque sigue animando el vecindario el resto del año con otros cantos. Resulta sencillo reconocerle además por su plumaje rojizo, en el caso de los machos, y un patrón de vuelo ondulante arriba-abajo. Se le puede ver mirando hacia el oeste en los bellos ocasos de la ciudad. El juego de colores entre ambos queda a la imaginación.

Colinas y barrancos

Con la vista ya acostumbrada a detenerse un momento en las rocas, los arbustos, las copas de los árboles y el cielo —además de la suficiente curiosidad para salir a pajarear—, el inventario de especies por avistar se incrementa rápidamente. En el linde más cercano de Rancho Anapra con la Sierra de Juárez, es una agradable sorpresa encontrar entre la rala vegetación de los terrenos abiertos y los barrancos —zonas cada vez más reducidas, hay que decirlo— la silueta de algunas aves de las que se ignoraba su presencia. Al pie de las madrigueras, los atentos ojos amarillos del tecolote llanero escudriñan cualquier movimiento; sus largas patas y la fuerza que se observa en sus garras advierten que, a pesar de su aspecto sereno, se trata de un cazador bastante activo.

Tecolote llanero Autor: Héctor González

Encantador también, si no se es una de sus presas, el cernícalo americano. Un pequeño halcón de plumaje vistoso, entre el que destacan las verticales franjas negras bajo sus ojos. En vuelo se aprecia mejor el patrón de colores y contrastes de sus alas, aunque es más probable que sea visto aperchado en postes y árboles en campo abierto buscando alguna presa. Solitario y desconfiado, es mejor mantener una distancia prudente para seguir disfrutando del encuentro, pues no permitirá que el observador se acerque demasiado.

Cernícalo americano Autor: Héctor González

En el mismo espacio, pero de hábitos más cercanos al suelo, puede verse al papamoscas, o mosquero llanero, remontar a media altura para detectar a su presa y dejarse caer sobre ella. Un vuelo que el intento de huir de los insectos hace lucir un tanto torpe, pero que el observador agradece, pues en esa rápida lucha el color de las plumas internas de sus alas puede relucir con la luz del sol. Buscando a esta u otra ave, es posible que se vea cruzar silenciosamente al correcaminos norteño haciendo repetidas pausas para mirar hacia enfrente mientras decide hacia dónde continuar el camino.

Papamos llanero Autor: Héctor González

De la misma familia del mosquero llanero, aunque de otro género, también se halla el tirano pálido, con su llamativo amarrillo en vientre y parte baja del pecho, lanzándose hacia algún insecto desde las ramas más altas de árboles y cableados o, con fortuna, si se aprecia, manteniéndose en vuelo sin moverse de un mismo punto del aire. Además de unos chisporroteos un tanto chillones fácilmente reconocibles, este tirano se caracteriza por su valentía, pues con frecuencia aves más grandes que él se ven forzadas a huir de su área de nidificación. Es común ver a más de un chanate imprudente, temerario o juguetón recurrir a varias maniobras aéreas para librarse de la persecución.

Habitan el aire sobre todo las golondrinas. Las diferentes especies de estas aves suponen siempre un desafío para quien desea identificarlas debido a su vuelo veloz de giros repentinos. Fuera de sus nidos, no será sencillo verlas quietas o en el suelo, siquiera para alimentarse: los insectos voladores son el alimento preferido de su dieta. Incluso en sus llamados, parecieran tener prisa. El nombre de una de sus especies alude a la forma dentada de algunas plumas en sus alas; al levantar la mirada puede verse en días de primavera y comienzos del verano en movimientos difíciles de seguir y, así como pudiera acercarse, se aleja la golondrina aserrada. O las alas casi inmóviles del zopilote aura, planeando comúnmente en largos círculos que llevan la mirada del observador a buscar algo en el suelo.

Golondrina aserrada Autor: Héctor González

La presa y la ribera

Las Pistolas, el dique alimentado con agua tratada, conocido mejor como la presa Benito Juárez, funciona como refugio temporal en el tránsito de aves migratorias: gansos nivales, patos de collar y, sobre todo, gaviotas. En la temporada de paso, se les puede ver levantando el vuelo de cuando en cuando, ya sea para dar algunos giros rápidos sobre el agua, o una larga vuelta por encima de los tejados en las calles aledañas. Antes de volver al centro de la presa, sus blancas alas, vistas desde abajo, llaman la atención por su tamaño, en comparación con el cuerpo de la gaviota y por las plumas negras que rematan su punta.

En la presa y en las partes menos trastornadas del Río Bravo, más cercanas al vado o la zona pantanosa, los cantos del tordo sargento integran el paisaje sonoro de estos cuerpos de agua; metálicos y constantes, estos sonidos son la advertencia de su fuerte territorialismo. Delatado por los característicos colores rojo y amarillo de las plumas coberteras de sus alas (semejante a las hombreras del uniforme militar), puede verse al macho posado en postes o en las partes altas de los juncos, desde donde alertarán sobre posibles amenazas humanas o de sus rivales. Además de estas alarmas, las canciones de este tordo resaltan en el silencio de las mañanas por el camino que lleva hacia el Museo Casa de Adobe.

Tordo sargento Autor: Héctor González

Otra ave que anuncia su presencia escandalosamente es el chorlito gritón, a quien se le encuentra realizando carreras cortas entre las hierbas de la ribera del Bravo para provocar que algún insecto se delate con estos movimientos abruptos. Se le reconoce como un especialista en la técnica del ala rota, que consiste en fingirse herido y parecer una presa fácil lejos del nido y así alejar al depredador de los huevos o polluelos. Su actitud, el diseño del plumaje, del cual resaltan las bandas negras que cruzan su pecho y cabeza, así como el naranja de su cola, mismo color que envuelve el negro de sus pupilas, le otorgan la peculiaridad suficiente para no pasar desapercibido.

Chorlito gritón Autor: Héctor González

Los tramos del río donde el agua apenas corre y los periodos de migración se combinan para atraer a parvadas mixtas, conformadas tanto de garzas dedos dorados y blancas, como ibis rojos y monjitas americanas. Todas ellas aves zancudas que aprovechan sus cualidades para extraer del fondo lodoso animales que formen parte de su dieta. Un fino plumaje, su largo cuello y el andar sereno entre plantas acuáticas otorga la elegancia característica a las garzas blancas. De menor tamaño, la garza dedos dorados da la impresión de ser apacible y contemplativa, pues suele quedarse quieta y con el cuello contraído sobre su torso. Sin embargo, se mantiene a la espera de alguna presa cercana o puede patear con vigor las plantas cercanas para hacerla salir y detectarla; el contraste aumenta con sus graznidos estridentes, que recuerdan a los gruñidos del cerdo.

Monjita americana Autor: Héctor González

Otro visitante del Río Bravo, cuando a este le permiten aumentar su cauce, es el cormorán. Un cuello esbelto, un pico llamativo por el ligero gancho que lo remata, así como el amarillo en la base, que resalta el azul turquesa o verde esmeralda de sus ojos agudos, hacen grato observarlo. Un ave hecha para el buceo; si tiene compañía, se pueden ver a unos sumergirse y a otros regresar a la superficie varios segundos después mientras son llevados por la corriente. 

Tanto el Bravo como los cerros son el hogar de otras tantas especies: el río, del papamoscas negro, arrojándose rápidamente de un junco por algún insecto; de la golondrina tijereta, revoloteando con agilidad sobre su caudal; de la garza nocturna, casi inmóvil a la orilla del agua; de la monjita americana, inclinándose para revisar el suelo con sus largas y delgadas zancas rosadas que lucen débiles y parecen a punto de tropezar; de la distinguida garza morena, alejándose en silencio con apenas algunos aleteos de sus grandes alas; de la avoceta americana, con su peculiar pico curvado hacia arriba; del verdugo americano, que hace honor a su nombre; del sorpresivo ataque del gavilán de Cooper. Los cerros y los espacios abiertos de norponiente, del jilguerito dominico, devorando en grupo semillas de plantas silvestres; del gorrión de Lincoln, pasando casi inadvertido por su parecido a otros gorriones; así como del gavilán de Swainson, sobrevolando en busca de presas.

Papamoscas negro Autor: Héctor González

Estos espacios donde habitamos, y que se nos enriquecen al conocer la variedad de aves que por ellos transitan —y nos sobreviven—, nos invitan a prestar atención al medio ambiente. Además, con el respeto suficiente de querer compartir y conservar, también nos proponen “abandonar nuestros laberintos mentales y oxigenar nuestro mundo interior, por fascinante que sea”, como diría un apreciado maestro. Lo mismo que a percibir, explorar, identificar y acercarnos; a no solo llegar como un turista del paisaje o del escenario, sino a estar como una parte más de este entorno.

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